miércoles, 24 de marzo de 2010

La salida

— ¡Mierda! ¿Qué hora es? Me había vuelto a dormir. Ya era la tercera vez este mes. No podía continuar así. Tenía la testosterona por las nubes. A veces ni siquiera sabía como me llamaba. —Y qué puto mareo, joder!— Tenía resaca por quinta vez consecutiva esta semana…

— ¿Vamos?—dijo ella.

— Vamos…— dije.

Sabía que todo yo era un caos. Era decoroso, neutro e incluso un tanto monótono como los discursos de la Plaza San Pedro. Adicto al arrepentimiento, me estaba dedicando a verlas pasar desde el sofá de mi casa en contra de mi propia voluntad. Pero después del accidente mi vida se había tornado menos fácil de sobrellevar.

¿Quién era yo para negarle el ser escuchada? Así que no tuve más remedio que ir, otra vez. Y no dejaba de preguntarme si estaba jugando conmigo de nuevo. Decía que hablar era una terapia para ella, aunque, razones a parte, sólo quería pasar tiempo conmigo, cuanto más, mejor. No sabía qué hacer ni qué responder... Empezaba a pedirme demasiado pese a que habíamos dejado de ser "nosotros" mucho tiempo atrás.

La salida estaba cerca, pero me había dejado la llave en casa, otra vez.

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