viernes, 26 de noviembre de 2010

La elección

Hacía ya cuatro años que me había marchado, un basto camino había quedado atrás y ya ni siquiera recordaba el color de su pelo, tampoco el de sus ojos. Lo único que era incapaz de olvidar era su risa, a veces la soñaba incluso. Aunque ya no sé si aquella risa que oía había sido real en el pasado o simplemente era un producto más de mi imaginación. Los recuerdos ya no me ataban, ya no dolían. Había decidido no tener pasado, ni tan siquiera futuro, prescindir por completo de mi historia personal. Ya sólo me quedaba el presente. Había olvidado todo lo aprendido para volver a aprender, para ser consciente de todo en todo momento. Decidí que me costaba el mismo esfuerzo ser fuerte que ser débil. Así que dejé a un lado lo que me consumía. Conseguí alcanzar el desapego, erradicar ese nudo en el estómago que me impedía respirar cuando no podía amarrar algo y sentía que lo perdía a cámara lenta. Sin duda, fue una de las mayores liberaciones que he sentido nunca. En el momento en que me marché, conseguí la libertad corpórea pero era ahora cuando comenzaba a explorar la verdadera libertad de espíritu.

Mi metamorfosis ya casi se había completado después de largos, intensos y duros años. Los más increíbles que jamás nadie haya experimentado. Aunque me quedaba mucho por hacer. Cuando salí de la cárcel cuatro años atrás, decidí que era el momento de reinventarme y así lo hice. Vendí lo poco que me quedaba después de haber hipotecado mi vida por mis idas y venidas y salí de aquel lugar con la intención de ver a través de la niebla. Lo estaba consiguiendo. Era ahora responsable de hasta el más nimio de mis actos como no lo había sido antes. Había empezado a despertar. No había marcha atrás.