jueves, 19 de noviembre de 2009

El viento y el pelo.

Ayer, como cada día, intentaba pasar las horas como buenamente podía. No hacía más que dar vueltas incapaz de dejar de pensar. Ya ni siquiera me servía pasarme horas leyendo tardísimo para que Morfeo me absorbiera.

Ya no entendía nada. Cogía la libreta negra de piel, aquella que compré hace tiempo en una tiendita a las afueras de Londres, y escribía absolutamente cualquier cosa. Muchas incoherencias, pero también algunos aciertos. A esas horas ya ni entendía mi propia letra. Ni siquiera seguía escribiendo demasiado tiempo con un mismo bolígrafo, me levantaba y luego, simplemente ya no lo encontraba. Era casi como si se volatilizaran.

El suelo estaba lleno de páginas en blanco, arrancadas con furia y arrugadas como hojas de otoño en invierno. Me daba igual pisarlas o apartarlas a un rincón. A veces las reciclaba y otras, cuando se acumulaban, las tiraba por la ventana, no podía aguantar ver montones de palabras desechadas, incluso cuando ni siquiera tenían sentido.

Judit bajo las hojas de otoño en invierno. © Carmen Sánchez 2009

Seguía estando fascinada por el viento. Y el pelo. Por el viento y el pelo. Por su significado y por su simbolismo. Él, testigo y fruto de las ideas más descabelladas. Pensamientos y años de aprendizaje en el suelo, en hojas de libreta en pleno invierno glacial.

Ahora ya sólo sentía que estaba estancada en la noche anterior a La Noche y no podía moverme. Pero eso, no era nuevo.

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