jueves, 1 de diciembre de 2011

Los abismos de la época oscura

Nuevos aires llegaban mientras los antiguos y ojerosos vientos, aquellos que nos dejaron ante el abismo solamente para probar si seriamos capaces de dejarnos caer, se marchaban lentamente dejando a su paso la calma obligada después de la gran tempestad.

Apaciguados los cielos, todo parecía mucho más real; más tangible; más auténtico, pero también mucho menos incuestionable. Sentía que cada vez que miraba hacia el cielo aquella tormenta podría taparlo de nuevo. Sin avisar. Sin embargo, había aprendido una lección importante de todo aquello: ante el abismo, cuando el aire puro llena nuestros pulmones, solo hay dos posibilidades: dejarse caer y morir o confiar en que la luz que siempre guío nuestro camino vuelva reluciente, cegadora, más fuerte que nunca para poder así desplegar las alas y volar de nuevo.

Del mundo opaco y casi onírico en el que se vio sumergido durante los últimos cinco meses aprendió que huir no conducía a nada sin un completo entendimiento del verbo huir, porque cambiar de lugar no significa forzosamente huir. Aprendió que el drenaje de nuestras dudas se produce gradualmente y que la belleza de lo que nos envuelve depende de aquello que poseemos en nuestro interior, pues actuamos como un espejo, percibimos el mundo físico tal y como lo imaginamos dentro de nuestros corazones.

De la misma forma, con los nuevos vientos se abrieron las compuertas de los habitáculos donde todas las  ideas de la época oscura fueron encerradas. Las palabras que nunca se dijeron fueron finalmente pronunciadas. Y aquellas visiones difusas fueron de nuevo recordadas, como aquella en la que un hombre le echaba las cartas una tarde lluviosa de julio. Solo tres cartas: la muerte, la emperatriz y el enjuiciamiento. Por ese orden. Real como la vida misma. Con claridad vio que el destino tenía preparado para él un plan maravilloso.

Y entonces, entendiendo el valor efímero de todo lo que nos rodea, decidió saltar al abismo con el único fin de poder volar más alto y más lejos.

Finalmente, comprendió que la lección última es siempre confiar en uno mismo.








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